ABCD
Seudónimo: Granny Sartre N.
Autor: Franco Ledezma
A María del Carmen Porras
Persona que, quizá sin saberlo, ha dado un
Gran impulso a mi crecimiento literario y humano
A
Ahí está otra vez esa maldita rata. Por más que intente no he podido atraparla, mucho menos así, con la luz apagada. Sí la escucho merodear a ratos por el piso, roer un pedazo de bolsa con el que se topó, arrastrarlo por el cuarto, de seguro llevándolo a ese nido que está haciendo bajo la cocina. Desde hace tiempo está construyendo ese nido, no entiendo qué tantas cosas piensa meter allí, como si fuese a tener un millar de raticas. Dos de la madrugada, ¿a qué hora tengo pensado dormirme? ¡Sí!, al fin salió del cuarto, ojalá se muera mientras duerme. Tengo que salir rápido de esta miseria, ni dormir puede uno en semejante descuido. ¡Hasta la sábana la tienes sucia, párate a cambiarla pedazo de flojo! ¿Con qué voy a estar cambiándola si no me queda nada limpio? Estoy como esos desahuciados sin esperanza, dejándome morir sin hacer nada para evitarlo. Richard, Richard, ¿hasta cuándo? Tengo un montón de cosas por hacer y, no, nada. Nunca hago nada. ¿Y una camisa, tampoco te puedes poner una camisa para que no sientas el sudor? No, mejor no. Ya la rata se fue a dormir. ¿Cómo es que habrá quedado embarazada? Yo no veo a ningún otro animal rondar por aquí, solo a ella. Bueno, también están esos gatos fastidiosos que vienen a revisar la basura de noche. Por suerte hoy no ha venido ninguno. ¿De dónde saldrán tantos gatos? Parecieran criados para multiplicarse; todos los días viene uno distinto.
Son tantas las cosas que tengo por hacer. ¿Hasta cuándo Richard, hasta cuándo? Pero es claro que esos gatos son amigos de la rata, si no ya se la hubieran comido. Tengo que hacer el trabajo de Filosofía, tengo que buscar un trabajo, tengo que… Ya no me queda nada de dinero. Tres dólares solamente. ¿Qué hace uno con tres dólares? Nada, absolutamente nada. Gatos inservibles, no son capaces de matar a una simple rata. Tengo que arreglar mi cuarto, tengo que leer las obras de Platón. Desde hace como un año las estoy leyendo. ¡Eres un estúpido! Tienes que estudiar inglés, tienes que reunir para irte de viaje. Debería irme más bien del país. No, no, antes tengo que graduarme. Tengo tantas cosas que hacer. Ganar bastante dinero. Tan fácil que es ganar dinero, uno solo tiene que vender un poco de su tiempo y listo. ¡Cállate y duerme! Lo que faltaba, una mosca.
Qué bonita es Paola, de verdad, ojalá pudiéramos tener algo. Qué incómodo es el cabello largo. ¿Y si me afeito? Cuerpo de mujer, desnudo, suave… le quito la ropa. Como si fuese yo loco para buscar novia ahora que no tengo plata. ¡Duérmete carajo! Relájate, respira. Lento. Uno dos tres cuatro uno dos tres cuatro. Con una tienda online podría ganar para mantenerme. Uno dos tres cuatro uno dos tres cuatro. Respira. Duérmete. Que va, eso de las tiendas consume mucho tiempo. ¿Ves?, la cama no es tan incómoda. Sí. Mi cuerpo se relaja. Qué bueno, ya la rata se fue a dormir, solo escucho el latir de mi corazón. Desacelerando. Lento, más lento. Es que si yo fuese rico. Imagínate. Todos querrían escucharme. Sería famoso y no estaría… Imágenes construyéndose. Imaginar imaginar. Estoy en la tarima de un enorme auditorio repleto de personas, todas mirándome atentas. Giro hacia atrás y veo que, en la pared de fondo, en una pantalla gigante, hay una presentación. La lámina de portada tiene un título fantástico: “Cómo salir de la pobreza y volverse rico: mi experiencia”. La presentación y el ambiente son como esas conferencias de TedEx, la diferencia es que ahora yo soy el conferencista. Me paro frente a frente con el público, voy a comenzar a hablarles, pero no encuentro el micrófono. Qué tonto soy, es porque tengo puesto uno de esos que se agarran en la oreja. Comienzo a hablarle a ese montón de personas, que fácil son más de cinco mil. Nada, no estoy nada nervioso, las palabras fluyen una tras otra, tras otra, sin tregua. ¡Sí, al fin soy rico!, ¡soy alguien!, ¡lo logré!
Se esfuman las imágenes. Mi cuerpo parece más pesado. El corazón pum pun, pum pun. Para más ñapa, se me encalambra la mano, siempre me pasa cuando duermo boca abajo. Hay un sonido extraño. ¿Qué será? Suena con más fuerza a medida que despierto. Es la rata, está bajo la cama mordiendo alguna cosa. Seguro ya terminó de arreglar la bolsa en su nido y volvió para buscar más basura. Ignórala, Richard, vuelve a dormir. Su boca se abre y se cierra miles de veces por minuto, está mordiendo algo, no logro adivinar qué es. Es algo duro. Suena como un hueso. Un hueso no podría ser, ¿cómo iba a haber un hueso debajo de la cama? ¡Fucking rata! Recuerdo que comí pollo hace un par de días. Sí, debe de ser un hueso lo que se está comiendo. Ponte la almohada sobre la cabeza, así no la escucharás.
Estoy ya casi frente al auditorio. Ya no solo es el hueso, ahora también está moviendo otra bolsa. Metió el hueso en la bolsa, se lo está llevando. ¡Ahhhh queeee estrésss! Volteo mi cuerpo y me acerco a la orilla. Agarro uno de mis zapatos y lo lanzo con fuerza a la profundidad del vacío oscuro bajo mi cama. ¡Toma! Creo que le pegué. La escucho chillar y correr. Otra vez hay silencio. Todavía es de noche, no veo que entre ni un poquito de claridad por la ventana. Estoy en posición fetal viendo hacia el frente. Hace frío, mucho frío, es como el frío de los bosques. Entonces arrópate.
Mañana es la reunión. Irán Paola, Michelle, Robert, Morella, y Rossana. Debo estar allá a las ocho, será mejor que me duerma de una vez. Cierro los ojos y otra vez escucho a la rata, ahora frente a mí, muy cerca. ¡Mátala! Intento adivinar su ubicación entre la oscuridad. Con la mano, muy despacio, agarro el zapato restante. Se quedó quieta, sin hacer nada de ruido. Yo también me quedo quieto y nuestras miradas se cruzan. Solo veo el brillar de sus dos pequeños ojos, sin pestañear nos miramos. Ah, pero es que te quedas quieta cuando te veo. Volvió a lo suyo, está mordiendo las páginas de un libro que tiré al suelo en la tarde. ¡Bum!, le lanzo el zapato. Fallo. Veo cómo el reflejo de su brilloso pelaje gris corre hacia la cortina de mi cuarto y sale. Si tuviera una puerta la cerraría y le pondría algo en la rendija de abajo para que no pase, porque las ratas por más grandes que sean pasan por el más mínimo hueco y comienzan a fastidiar a uno. Pero como no tengo puerta tendré que conformarme con dormir rápido antes de que venga otra vez a martirizarme.
Y resulta que esta fuerza que hice me espantó el sueño. Cierra los ojos. Nada. No me duermo. Busco el teléfono con mi mano, que en algún sitio de la cama debe de andar, para ver la hora. Ciego; mucho brillo. Son las cuatro y media de la madrugada. ¿Para qué voy a dormir si tengo que levantarme dentro de dos horas? Entro en Instagram y comienzo a ver videos. Uno tras otro, tras otro. Bailando. Otra mujer bailando. Un muchacho disfrazado de mujer haciendo chistes. Alguien dice ¿Sabías que…?Y yo lo paso de una vez, no me van a estar preguntando si sé algo en un video. Bajo, vuelvo a bajar. Nada interesante. “¿Apuesto a que esto no lo sabías?”, sigue bajando. No me interesa saber nada estúpido. Veo el techo. Otra vez los videos. Unos hombres peleando. Extractos de partidos de futbol. Los mejores goles de Messi. Sigo bajando, bajando. No doy “Me gusta” a ningún video. Las caídas más épicas de la historia. Personas se caen o tienen accidentes gravísimos y el video tiene millones de me gustas. Qué ridículo, de verdad. Unos carros lujosos. Sigo bajando. Una mujer bonita coqueteándome. Preguntas estúpidas. Sigo bajando. ¡Coño vale, no dejes que tu cerebro se siga sintiendo vacío!
Soy un estúpido por no estar haciendo algo más útil. Debería ponerme a leer más bien o hacer algo bueno para mí. Sigo bajando. Mmm, la impotencia es una cosa seria. Más tarde tengo que reportar mi parte del trabajo y no he hecho nada. Es más, voy a hacerlo ahora. Sigo bajando. Cristiano Ronaldo hace un gol magnífico. Mejor me pararé a hacer algo productivo por mi vida. Sigo bajando. La rata empieza otra vez a roer, roer y más roer. Sigo acostado, y despierto, y perdiendo mi tiempo, y ¡qué estrés! Veo a una chica muy linda bailando. ¿No es deprimente no estar haciendo alguna otra cosa interesante?, algo como… qué sé yo. Otra mucho más bonita que tiene tremendas nalgas.
¿Y si me masturbo? Eso ayudaría a que me dé sueño. Veo a una chica con cabello azul que hace miradas muy sensuales. La rata sigue haciendo ruido.
¡Qué arrechera!, ¿acaso no merezco ni un poquito de silencio? Salgo de Instagram y abro en Google una pestaña del modo incognito. Xvideos.com. En el buscador: Jewelz Blu. Video tras video. Estos no parecen atractivos. Sigue buscando. Ya todos estos los he visto. No debería masturbarme, quedaré débil. Hace mucho que no tengo sexo. ¿Qué será de mi ex? Sigo bajando. Este sí: este sí parece bueno. Me bajo el bóxer. Maldita rata que no se calla. Estiro la mano y levanto los audífonos del suelo. Sí, así suenan mucho mejor los gemidos. Debería estar leyendo. Y uno, y dos. Hace días que no escribo nada, y eso que ayer tuve una idea demasiado genial para un cuento, debería escribirlo: tratará de tres tipos que van a robar un banco. Lo roban y se refugian en una pequeña casa abandonada, solo ellos tres. No entiendo por qué caigo otra vez en la masturbación. Voy a parar, no seguiré toda mi vida masturbándome. Hay un televisor en la casa y aparece en las noticias el jefe de policía avisando que ya está siguiendo la pista de los asaltantes del banco.
¿Por qué sigues en esto, Richard? ¡Responde! Después te dará hambre. Pero ya es imposible frenar, esas cosquillitas en las rodillas, en los muslos. Los gemidos cada vez suenan más duro. ¿Seguirá la rata haciendo ruido? Bueno, los tres ladrones se asustan sobremanera con lo que dice el jefe de policía y se quedan atentos frente al televisor. El jefe de policía, como si supiera que los ladrones lo están mirando, les hace una propuesta: consiste en que el ladrón que confiese y entregue a los otros dos quedará totalmente exento del castigo y de la cárcel. Ya va, ya va. No puedo acabar todavía, yo puedo aguantar más. Lento, lento. Con calma. Se acabó el video. Busco otro que también es de Jewelz Blu. Ella es demasiado hermosa. Creo que es por su mirada, o quizá tengo algún fetiche raro con las mujeres de cabello azul. ¡Sí! Con esta propuesta del jefe de policía, los tres ladrones quedan preocupadísimos. Ya ninguno confía en los otros. Ninguno sale de la casa, ni a comprar comida. Viven peleándose y acusándose entre ellos. Ninguno duerme en las noches porque están atentos, con su arma agarrada bajo la almohada, a ver qué hacen los demás.
Ya no puedo aguantar más. He durado bastante. Los gemidos suenan tan geniales, solo los escucho a ellos. Ummmmmmmm. Un leve calambre desde el ombligo hasta la punta de los pies, es como si por dentro la carne vibrara. El corazón late rápido. Más rápido. Todo mi cuerpo se contrae por dentro, me estiro, y exploto. No puedo sostener el peso de mis piernas. Con un extremo de la sábana limpio mi abdomen y la dejo sobre mí. Me quito los audífonos y vuelvo a escuchar la rata. Ya me da igual ese ruido: creo que uno termina por acostumbrarse. Al final resulta que ninguno de los tres ladrones queda vivo, pues se matan entre ellos por la desconfianza de que otro lo entregara. La policía descubre la casa cuando los cadáveres ya están podridos y recuperan el dinero, intacto.
Odio masturbarme. Odio más que pueda yo caer ante la tentación de un placer tan pasajero. Tengo que cambiar, no puedo seguir siendo un estúpido toda la vida. ¿Hasta cuándo, Richard, con el tengo tengo tengo? Tienes que hacer esto, tienes que hacer aquello y nunca haces nada. No puedo seguir así. Tengo que cambiar. Y dale otra vez con el tengo. Odio esta palabra. ¿Por qué lo sigo soportando? ¿Y es que acaso esa rata no duerme, maldítasea? En algún momento voy a matarla, mañana mismo compraré un veneno. Son las cinco y cuarenta. Voy a dormir aunque sea treinta minutos, con eso bastará. La cama está húmeda, llevo toda la noche sudando. En definitivo debo ponerme a escribir alguna cosa, hasta es posible que gane dinero. Dirijo mis pensamientos hacia el punto que más placentero me parece mientras intento dormir. Me imagino a mí, ahora frente a unas cámaras. Hay una periodista entrevistándome y un director por atrás dando aviso de que ya estamos en vivo.
B
—Bendecido día, queridos espectadores, hoy tenemos el honor de poder entrevistar al escritor joven del momento que ha logrado cautivar nuestros corazones con sus magníficos relatos y novelas. Además de incitarnos siempre a reflexionar con el profundo mensaje y crítica que subyace a la simplicidad de sus obras. Demos la bienvenida a Richard Poole, el joven de veintiún años que está cambiando la forma de escribir. Hoy hablaremos sobre su último cuento, que según se dice lo escribió en una sola noche. Este cuento lleva por título “Los tres ladrones” y es de una trama exquisita narrada con prosa poética y, aunque aparentemente simple, muchos críticos ya han dado a conocer sus interpretaciones. Cuéntanos Richard, ¿es cierto que con este relato ganaste un importante concurso de cuentos?
—Antes de responder quiero darles las gracias por haberme invitado a esta entrevista. Me siento muy halagado, y no tanto por el hecho de que esté yo aquí; es más porque me sorprende notar que todavía existe una comunidad activa que aprecia la literatura. Y respondiendo a lo que dices, sí. “Los tres ladrones” sí ganó el concurso. Pero he de admitir que los cuentos que quedaron finalistas también son muy buenos, incluso podría llegar a decir que un par de ellos merecían el primer lugar más que el mío. Es bueno ver que hay jóvenes venezolanos escribiendo, Natasha, es muy gratificante.
—Qué buenas palabras Richard, muy buenas. Y ahora, a lo que vinimos, ¿qué simbolizan los tres ladrones del relato, el jefe de policía o incluso el mismo dinero? Porque no puedo aceptar que haya sido solo una historia para entretenernos. Yo digo que debe haber algo detrás de todos los sucesos. Algunos críticos afirman que los ladrones representan al ser humano común, ambicioso, que busca lograr sus objetivos de una u otra forma, sin importarle mucho los medios sino el fin. También dicen que el dinero es el fruto de la codicia, esa manzana, que aun después de haberla poseído no trae la felicidad prometida; y que el jefe de policía representa a la otra clase de personas, buenas de corazón y capaces de ofrecer una nueva oportunidad de redención a los malvados, pero con la sola condición de que estos hagan un gran sacrificio por su cambio.
“Los críticos ven a los tres ladrones como un solo hombre; y dicen que el sacrificio que les pide el jefe de policía, para salvar a la persona buena que está encerrada junto con dos malas, es totalmente irrealizable. Ya que, viendo a los ladrones como uno, él tendría que matarse y traicionarse a sí mismo; a esas partes de su ser que lo hacen malo, y renacer nuevamente puro y bueno. Cosa que, de no ser imposible, al menos sí es muy difícil. Por eso es que al final terminan muertos, porque la confusión entre hacer el sacrificio y tomar la mano amiga del jefe, o quedarse siendo malos, es lo que los lleva a la decadencia. La duda, esa duda que nos conduce a quedarnos quietos en medio de la carretera si vemos que un carro está a punto de atropellarnos. Porque no sabemos si el carro nos esquive justo en la misma dirección en que nosotros lo esquivamos a él, y eso mismo piensa el chofer del carro. De modo que el accidente ocurre. Esa duda fue como la sentencia de muerte para los ladrones. Y otra cosa, al final es destacable que el dinero quede intacto, ya que es quien nos funda las principales dudas sobre el bien y el mal, sin que él mismo tenga alguna alteración en su esencia. Pero bueno, Richard, no voy a decir más de aquí, ya he dicho mucho. Todo esto que te mencioné es lo que dicen los críticos expertos en literatura. Pero, ¿qué dices tú, qué dice el autor de esta extraordinaria obra?”
—Natasha, he de admitir que me estás poniendo en una situación complicada. Pues la interpretación de una obra literaria, al igual que la interpretación de cualquier suceso ocurrido, depende directamente de la percepción de la realidad subjetiva en cada individuo que observa. Es cierto que puede haber similitudes entre las interpretaciones de un montón de personas, pero siempre con diferencias, ya sean sutiles o gigantescas. Así como la interpretación que tú acabas de comentarme, y que de hecho está bastante buena, existen muchas otras, que pueden ser hasta de personas que nos están viendo hoy, totalmente diferentes. Y no por eso alguna tiene que estar errada. Te cito al gran Oscar Wilde, “es al espectador y no a la vida lo que realmente refleja el arte”. De modo que todos ven una realidad distinta en un cuento según sus propias realidades. Aunque no voy a negarte que yo tuve mis ideas fijas sobre qué temas quería que tocara el relato. Por ejemplo, una de mis primeras metas era…
Es el teléfono, suena que suena. Me despierta. Pensé que se trataba de una música de fondo dentro del programa. ¡Las ocho y diez! Entra otra llamada. Es Robert y sé que me está llamando para preguntar por qué no he llegado todavía a la reunión. Intento quitar mi voz de dormido y contesto.
—¡Ey Robert, buenos días! Por cierto, ya voy llegando, se me hizo un poco tarde.
—¿Dónde estás, Richard? No me digas que te acabas de parar. Aquí ya estamos todos, nada más faltas tú.
—No, no. Para nada. Yo desperté hace un par de horas. Incluso ya voy en camino, pero el metro está horrible, tú mismo sabes que cada día está peor. A uno se le va la vida aquí esperando que este bendito tren arranque.
—Deja la mentira, Richard, y vístete rápido. En la voz se nota que te acabas de levantar.
—No vale para nada, jamás te dejes llevar por mi voz. Lo que pasa es que estoy cansado porque no dormí en toda la noche. Tenía un montón de cosas pendientes, me la pasé estudiando y adelantando responsabilidades.
—Bueno, bueno, apúrate entonces. Aquí te estamos esperando. Igual iremos adelantando.
—Perfecto, nos vemos allá.
Permanezco sentado en la orilla de la cama. Definitivamente sí debería escribir la historia de ayer, de verdad. Tiene futuro. Podría ganar algún dinero con ella. Lo que sí debo cambiarle es el nombre. Eso de “Los tres ladrones” es muy básico. Con todas esas interpretaciones que tiene necesita un título más profundo. ¡Qué desastre, de verdad, y todo es culpa tuya! Hay de todo un poco en el suelo de mi cuarto, libros, papeles, ropa, bolsas de chucherías. Me levanto, doy dos pasos y me siento en el escritorio, frente a mi computadora. Mi escritorio es uno que yo armé hace dos años con unas maderas de construcción, de esas con las que empotran las vigas, que me encontré en esta casa todavía en construcción cuando me mudé. No es nada bonito, pero al menos sí muy útil. Sobre él está mi computadora y un montón de libros. Y mi silla no es más que un cuñete de pintura volteado con una almohada encima. Tengo libros por todos lados; en el escritorio, en el piso, en mi cama, en una repisa puesta sobre pies de amigo en la pared sin friso de mi cuarto, hecha también con madera de construcción. ¡Trabaja es lo que es, para que te mudes a un mejor lugar! Esa repisa está a punto de caerse de tanto peso. Ya son poco menos de cien libros los que carga encima. Todavía no los he leído todos. Hace varias semanas que no termino un libro.
Ayer agarré uno de Knut Hamsun y lo solté después de diez páginas. Así ha sido estos últimos días, no puedo concentrarme en leer. Mejor escribiré en mi computadora el cuento para que después no se me olvide. La enciendo. Abro un documento al que le pongo de nombre “Idea para un cuento 38” escribo en la página: “Los tres ladrones” y cierro el documento. Eso será suficiente para después acordarme de qué trataba por completo la idea. Tengo un montón de ideas para cuentos, ya esta es la treinta y ocho nada más en el último mes. Apenas tenga tiempo me sentaré e iré escribiendo uno por uno. Más tarde cuando llegue escribiré este. Pero debo arreglarme rápido si no quiero que estos desgraciados me reclamen.
Qué desastre, de verdad, mi cuarto es un desastre. Recuerdo que mi hermana vino a verme la semana pasada; se quedó atónita cuando entró para llamarme. No tuve que haberle dado una copia de mis llaves, no sé por qué accedí cuando me lo pidió. Me preguntó amablemente que por qué tenía mi cuarto así. Yo le respondí sonriendo: bueno hermana, dicen que el cuarto refleja tu vida, y mi vida es un desastre. Se lo dije riendo, en broma. Creo que ella no se lo tomó así, porque después andaba preguntándome que por qué le dije eso. ¡Estúpido, claro que no se lo iba a tomar en broma, como si fuera tonta! Le respondí con una mentira para calmarla. No quise para nada dar explicaciones de mis cosas. No me gusta. Las mentiras siempre vienen al rescate. Últimamente no le he sido sincero a nadie, ni a mí. Ya me voy a parar. Recojo mi ropa que resultó ser lo que estaba usando de almohada en la noche. La estiro y me visto. Mi ropa no es tan fea como mi cuarto, es bonita. Sirve para que nadie se imagine que vivo en un sitio horrible. Me gusta eso.
Estoy buscando uno de los zapatos sin éxito. Cierto que ayer se lo lancé a la rata. Estiro la mano por debajo de la cama, tanteando, pero no lo alcanzo. Enciendo la linterna del teléfono y busco. Esto aquí abajo parece como el mismo nido de la rata. Debería de ir a buscar ese nido, quizá encuentre a la rata y pueda vengarme por no dejarme dormir. El zapato está por la orilla inferior de la cama. Resulta que parte de la suela está comida por la rata. ¡Maldita rata, hasta de día me jode! Seguro se quería vengar de mí porque le pegué con él. Con razón hacía tanta bulla anoche, se estaba comiendo la suela de mi zapato. Esto es nuevo, no sabía que le gustaba la goma. Me los pondré así mismo, no me queda de otra, son el único par. Fue por la parte de atrás del zapato derecho. La suela quedó como si le hubieran cortado con un cuchillo de sierra un tajo triangular. Apuesto que la única que se dará cuenta será Morella. Siempre anda pendiente de lo que uno tiene puesto. Me dio mucha rabia cuando el otro día me preguntó si la camisa estaba sucia o si ese era su color natural. Fue más que todo por el sarcasmo de la pregunta. De verdad que no la aguanto. Me cepillo, me lavo la cara, me hago un moño raro en el cabello que está súper enredado y salgo.
El metro está rápido. Cosa rara. ¿Qué puede uno pensar mientras ve a todas estas personas? Creo que todos aquí deben tener alguna historia interesante de sus vidas, buenas como para un relato. Ya llegó el tren a Miranda. Qué rollo esto de tener que bajarse cuando está tan lleno. Empujo a todos, me deslizo entre ellos y salgo. Por lo menos me sirvió para quitarle las arrugas a la camisa. Son las nueve con veinte. Todos están ya reunidos. Los veo de lejos, han de estar odiándome.
C
—¿Cómo están, muchachos? Ha llegado el alma de esta reunión. Disculpen mi tardanza.
—Bien, Richard, al fin. Imagino que podrás perdonar que hayamos comenzado sin ti. ¿Ya escribiste tu parte del trabajo?
Le doy la mano a Robert, que fue quien me saludó y después sigo saludando a los
demás.
—Richard, mientras te esperábamos organizamos las partes de cada uno para armar el trabajo. ¿Trajiste tu parte impresa? —Dice Paola. Esos cachetes de ella son hermosos. Me gusta que siempre es tan calmada y organizada. Ella es muy chévere, me cae de maravilla. Recuerdo que el otro día yo no hice mi parte de un trabajo y ella me cubrió diciendo que se lo había entregado y que después lo uniría todo en su casa. No, Richard, tú no eres flojo, es que a veces estás ocupado.
—Qué va a estar trayendo él nada. No ves que ni bolso trajo. Te apuesto a que ni ha hecho su parte, como siempre. A cada rato nos estamos retrasando por su culpa. Morella de verdad que me cae muy mal. La veo fijamente, con mirada serena. Esto de ocultar los sentimientos se me da perfectamente.
—¡Qué va, Morella, no te alteres! Claro que lo hice. Solo no lo traje impreso porque no he tenido tiempo de pasarlo a la computadora, Sin embargo, lo tengo aquí en mi cuaderno, escrito a mano. ¿No es para entregarlo mañana en la tarde? Aún queda tiempo para imprimirlo. Yo lo llevo a la universidad y lo unimos allá.
—Siempre con lo mismo, Richard, haciendo todo a última hora. Se trataba de salir de esto hoy. Apuesto a que no tienes nada en tu cuaderno. Préstame para leer lo que tienes. ¡Pero si ni siquiera trajiste el cuaderno!
Tengo mi cuaderno sujeto dentro de la cintura del pantalón. Lo saco y busco una página que esté llena de letras.
—Claro que traje el cuaderno. Aquí está mi parte. Me tocó hablar sobre el concepto de la libertad humana según Platón y aquí lo tengo. No creo que entiendas mi letra, pero yo se los puedo leer.
—A ver, Richard, no hace falta —habla Michelle y volteo a verla—. Yo seré la responsable de entregar el trabajo mañana. Pásame por correo tu parte, esta noche, y yo la imprimo, que tengo impresora en mi casa. Ya por lo demás no nos queda mucho qué organizar.
Ahora tengo que hacer esa tarea hoy cuando llegue. Así no tendré tiempo para escribir mi cuento. Siguen hablando sobre temas de la universidad. Escucho sus voces a lo lejos, no presto atención a nada. Ambientaré el cuento aquí en Caracas. Falta pensar cuál será el banco que robarán. No sé, ya me las ingeniaré. Agarro mi teléfono y simulo que estoy haciendo algo. Lo dejo. Ya son las diez y media. Qué rápido se va el día. Se supone que ya habían terminado todo antes de que yo llegara, no tenía que venir. Ya me quiero ir y no sé cómo despedirme. ¡Vete, vete! Seguro salen a la defensiva preguntando si tengo algo mejor que hacer. En realidad no tengo nada que hacer, además de escribir el relato. Ah, pero ellos no saben que renuncié en el restaurante, esa puede ser una buena excusa, ya me iré. Rubén menciona algo interesante sobre el suicidio de alguien, no escucho muy bien. Rossana le responde.
—Sí. Yo también vi eso en las noticias. Supuestamente el chamo parecía muy alegre, por eso nadie cree que se haya suicidado, así, de repente. Imagínense lo fuerte que tuvo que ser su situación para que tomara esa decisión.
—Yo creo que las personas que se suicidan son unos cobardes —dice Morella—. Sí, está bien, la vida puede ser difícil. Pero eso no importa, igual tienes que aguantarla. Si era infeliz fue por él mismo, por no tener el carácter de salir de ahí.
Veo a Morella. Todos la miran y parecen darle la razón. Yo no estoy de acuerdo con eso, el suicidio no es tan simple. Voy a hablarle y le haré saber que no es así. ¡Qué bobada! Mejor no. No servirá de nada mediar con ella. Ya tengo que irme. No estaría mal escribir algo sobre el suicidio y después hacérselos llegar. Así podrán entender mejor de lo que hablan. El suicidio no es tan sencillo. Podría ser un cuento sobre alguien que se suicida. Sí, será muy interesante, sobre la historia de este mismo muchacho del que hablan. Algo que sea basado en hechos reales. Investigaré sobre su vida.
—¿De dónde era el muchacho ese que se suicidó? —pregunto. Todos voltean a
verme.
—Creo que vivía en Chacao y tenía veinticuatro años, o algo así.
—Gracias Robert. Oye, Morella, yo no estoy de acuerdo con eso que dijiste. El suicidio no es un acto de cobardía.
—Ya no vengas tú, Richard, con tus conversaciones filosóficas. Ya aquí concordamos con que fue por cobardía.
—No es que sean conversaciones filosóficas, Morella. Es más porque este tema del suicidio no se puede tomar tan a la ligera o asumir que es de determinada manera sin comprobarlo. Alguien no solo se puede suicidar por depresión, también puede ser porque no le encuentra ningún sentido a la vida, y, por lo tanto, estar muerto le vale lo mismo que estar vivo.
—Si no le encuentra un sentido a la vida es porque no le da la gana. Porque existen demasiados sentidos, por ejemplo, ser feliz, tener una familia, graduarte, trabajar y viajar; conseguir al amor de tu vida, hacer lo que te gusta. Todos esos pueden ser sentidos. Si no los encuentra es porque no los quiere ver. Yo sigo diciendo que es por cobardía y vagabundeo para no trabajar en lo que quiere.
Sigo estando en desacuerdo con ella, de todas esas cosas que mencionó ninguna es un sentido, son solo metas, aspiraciones, pero no un sentido. Ya me quiero ir, será mejor que me despida. Además, ya todos están viendo sus teléfonos. No le encuentro el sentido al estar aquí reunidos.
—¿Qué tal si vamos a comer pizza? —dice Rossana.
Y yo sin dinero. Nuevamente a encontrar una forma de excusarme. Qué mala costumbre de querer gastar dinero cada vez que salen. Por eso prefiero salir solo, así no tengo que estar gastando dinero en cosas que no quiero. Aun si tuviera para comprar una pizza preferiría comprar víveres para una semana. Yo no tengo problemas en cocinar. Tengo hambre. Será mejor que me vaya rápido.
—Lo siento muchachos, pero yo debo irme. Tengo cosas que hacer y no puedo continuar acompañándolos.
—Está bien, Richard. No olvides enviarme más tarde tu parte del trabajo —dice Michelle.
—¿Y qué tienes que hacer a estas horas; vas a emparejar tus zapatos para que ambas suelas estén igual de rotas? —Morella se está riendo muy fuerte por su propio chiste. Ahora todos ven mis zapatos.
—No, de hecho —respondo—. Tengo varias diligencias que hacer. Adiós.
De verdad que me cae malísimo Morella. Me alejaré de ella, no, mejor me alejaré de todo ese grupo, prefiero estar solo. No quiero ir a mi casa tan temprano. Tengo hambre. Me acerco a una panadería y compro cuatro canillas. Con eso será suficiente para aguantar. De verdad que tengo que buscar una manera de hacer plata. No sirve de nada que estudie si no puedo concentrarme en clases por las preocupaciones o si no puedo hacer la tarea por la falta de concentración. ¿Y si me cambio de carrera? Al fin y al cabo esto de estudiar Filosofía no parece muy rentable. No he ganado ni un bolívar con eso. Además que con tres años en la universidad todavía no paso del tercer semestre. Una locura, una completa locura. Caminaré hasta la plaza Miranda de Los Dos Caminos, me gusta estar ahí. Mejor continúo escribiendo el cuento de los ladrones. Algún día le sacaré dinero a la escritura.
El cuento comenzará desde que los ladrones están planeando el robo. No, no, así será muy largo. Será un cuento, no una novela. ¿Por qué renunciaste al restaurante, por quéeeee? Claro, ahora tengo tiempo, pero no dinero. ¡Maldítasea nunca tomo una buena decisión! ¡Muévete a buscar otro trabajo! Comenzaré mejor desde que ya están robando el banco. Será una escena muy detallada, con diálogos y todo por ese estilo. No, no, así será también muy larga. Ya llegué a la plaza. ¿Narrador omnisciente o en primera persona? ¿Será que pongo a uno de los ladrones a narrar? No sé, no sé.
¿Y si llamo a Laura para que se acerque a la plaza? Al fin y al cabo ella vive aquí cerca, y es muy atractiva, y hasta le gusto, lástima que no la quiera como novia. Por ahora lo mejor será que no tenga novia. Mejor no la llamo, no quiero seguir ilusionándola más. Aunque… sería genial tener a quién abrazar y que me abrace. Me siento por lo último de la plaza. ¿Por qué se habrá suicidado el tipo de Chacao? Seguro que si yo le echo ganas puedo convertirme en un gran escritor. Tengo futuro, lo sé. Los textos que he escrito son muy buenos. Saco el cuaderno de mi pantalón. Me acuesto en los asientos y comienzo a escribir. ¿Cómo comenzaré este relato? Escribo: Era octubre, las calles tumultuosas de
Caracas estaban más solitarias que de costumbre. Tres sujetos sospechosos caminaban sin prisa, mirando a todos lados. Planeaban algo que, quizá, pudiera por fin librarlos de las necesidades económicas.
Esto es una mierda. ¡Comienza fatal! No tengo inspiración para escribir. Veo a una pareja de adolescentes besándose. Quiero llamar a Laura. ¿Yo sería capaz de suicidarme? No, no lo creo. Se necesita mucha valentía para decidir no vivir. Tendría que lanzarme de un edificio o algo por el estilo. En definitiva yo no tengo el valor para eso. En realidad no lo sé, nunca lo he intentado. Nunca había fumado sino hasta el mes pasado. Y antes de hacerlo me decía que no sería capaz de algo así. Y sí lo hice. El primer cigarro fue raro, me quemó la garganta y no me hizo nada, hasta tosí. Ya después no. Ahora me dieron ganas de fumar. Me paro del asiento y voy a comprar una caja de cigarros. Camino de vuelta a la plaza. Me fumo uno, dos, tres. Ya es de noche. Qué rápido se va el día. Tengo que terminar de escribir el relato. Voy hacia el metro. Las calles de noche son bonitas. ¿Qué se sentirá dormir en la calle? De seguro sería una experiencia digna para un relato.
D
Después de llegar a mi casa, me acuesto, tengo sueño. Me fumo un cigarro, otro, otro, otro. Es relajante. Ya son las ocho de la noche. Tengo que pararme a hacer la tarea. Mejor duermo media hora, más tarde la hago, aún tengo mucho tiempo. Qué raro son los viejos; cuando están deprimidos no pueden dormir. Y uno, en cambio, cuando está deprimido, no quiere estar despierto. Estoy en un aula de clases. Hay, al menos, treinta estudiantes. Soy profesor de Filosofía.
—Hoy hablaremos sobre el sentido de la vida. ¿La vida tiene sentido, existe un sentido particular? En la historia de la humanidad ha habido innumerables respuestas a esta pregunta, las cuales podemos resumir en dos posturas. Están los que dicen que la vida tiene sentido y los que dicen que no lo tiene. Esta interrogante sobre el sentido va unida con la interrogante sobre la libertad del hombre. Ya que, si existe un sentido o un destino, entonces no somos necesariamente libres: y si somos libres, entonces no puede haber un solo destino global. El filósofo Jean-Paul Sartre decía que el hombre está condenado a ser libre. Siguiendo esta línea de pensamiento, somos libres, por lo tanto no existe un sentido impuesto sino que todo sentido existente es fruto de la misma libertad del hombre.
“Ahora, viéndose ante esta falta de sentido, el hombre se siente, en la mayoría de las veces, solitario e infeliz. Es por esta razón que muchos, ya que son libres, crean sus propios sentidos o deciden seguir el de los demás. Un buen ejemplo de esto son las religiones. Toda religión profesa un sentido, ya sea vivir para la deidad en la que creen o recibir una recompensa después de morir y vivir con el creador. Este sentido muchos lo suelen seguir ya que es de fácil entendimiento y no requiere cuestionarse tanto, sino que da muchas cosas por sentado. Existen otros que no siguen este ideal y piensan que el verdadero sentido es ser feliz, ser bueno y justo o tener innumerables placeres carnales. Por último están los que, aun conscientes que no hay, deciden vivir sin sentido y totalmente libres”.
—Profesor, ¿si dice que la vida no tiene sentido, entonces por qué vivirla? — pregunta uno de mis estudiantes.
—Esa es una buena pregunta, señor…
—David.
—…David. La respuesta es que la vives porque quieres. Eres libre de vivir o no hacerlo. Si decides hacerlo es porque quieres o porque encontraste un sentido en el cual creer. Lo sigues y eso te causa felicidad. O también vives porque le temes a la muerte. Y si no vives también podríamos pensar que es porque le temes a la vida. Pero en síntesis, si reconocemos que no hay un sentido, el vivir es igual al morir, o al no hacerlo.
—¿Entonces si yo quisiera matarme no existe nada que me lo impida, o algún castigo que recibiré por hacerlo?
—Así mismo. Vivir y no vivir es lo mismo. Como es lo mismo, ¿para qué vives? O, también puedes preguntarte, como es lo mismo, ¿para qué matarse? Todo recae en tu decisión. Verás, hoy estás aquí por…
¡Demonios, me están llamando! Despierto. ¿Qué hora será? Es una llamada de Michelle. Contesto. Son las once y media. Intentaré quitar la voz de dormido.
—Hola Richard. Buenas noches. Estoy esperando que me envíes tu parte. Ya van a ser las doce y necesito dormir.
—Hola Michelle. Discúlpame, lo que pasa es que no tenía luz. Mi teléfono se descargó y no pude avisarte. Recién llegó hace como veinte minutos. Ya lo estoy terminando. Dame media hora y te lo envío.
—Pero bueno Richard, tenías que avisarme de alguna manera. Yo he estado aquí como una pendeja aguantando el sueño. Yo iré a dormir. Envíalo que yo lo imprimo cuando despierte. Pero que no se te vaya a olvidar, por favor, no vayas a dejarme mal.
—Está bien, Michelle. Ya me falta poquito. Dentro de un rato te lo envío. Buenas noches. Duerme bien.
Colgué. Si se va a dormir tendré más tiempo para hacerlo. Me levanto de la cama y voy a asomarme por la ventana. La luna está llena… y tan brillante. Enciendo un cigarro.
¿Yo tendría la valentía de suicidarme, el carácter, la decisión? Ojalá yo pudiera seguir mis ideales. Otro cigarro. Otro cigarro. Debería escribir una historia sobre alguien que se suicida. No estará deprimido ni nada de eso, solo se suicidará porque quiere. Otro cigarro. Será basado en la historia real sobre el muchacho de Chacao. Camino hacia mi computadora. Abro un documento de Word. Escribo: crearé un cuento sobre la historia del muchacho de Chacao que se suicidó. Acabará con su suicidio, pero antes estarán explícita e implícitamente las razones que lo llevaron allá. Será un cuento algo filosófico y existencial. Nada superficial. Cierro el documento y lo guardo como idea para un cuento 39. Lo comenzaré a escribir de una vez. No, mejor salgo de la tarea primero.
Prendo otro cigarro. Abro un documento y empiezo a escribir mi parte del trabajo, sobre la libertad. No investigo nada. Al fin y al cabo hace tiempo leía bastante y me queda mucho de aquello. ¡Y dale, ahí está otra vez la maldita rata! Olvidé comprar el veneno, y ahora sin dinero. Prendo otro cigarro. Mañana la mataré mientras esté durmiendo en su nido. Seremos libres siempre y cuando sepamos que podríamos no serlo, escribo. Estos temas pueden ayudarme para el relato. Termino el trabajo, abro el correo y se lo envío a Michelle. Al fin salí de esto. Otro cigarro. Abro otro documento. Pienso. No se me ocurre nada. Como título del relato escribo “Sin sentido”. Pienso. Otro cigarro. Me acuesto un rato para concentrarme mejor. Maldítasea que no se me ocurre cómo comenzar. Agarro el teléfono. Son las tres de la mañana. Abro TikTok. Una pareja haciendo cosas cursis; alguien mostrando que tiene mucha ropa; una mujer bailando. No, no otra vez. No voy a perder tiempo con estos videos. Suelto el teléfono. Veo el techo y pienso sobre el cuento. Enciendo un cigarro, y después otro, hasta que se me acaban. Vuelvo a agarrar el teléfono y voy a Facebook. Fotos de amigos en fiestas, en restaurantes. ¿Cómo es que pueden salir tanto y al mismo tiempo ir bien en la universidad? Memes que no me dan risa. Todo ahora se basa en hacer reír a la gente. Más videos y memes que intentan hacerme reír. No me río con ninguno. Me voy al apartado de videos y veo un capítulo de Los Simpson. A Homero le quitan su licencia. No me da risa. Bajo. Sigo bajando. Cosas que no sabías hace tres minutos. Sigo bajando. Veo un capítulo de un anime que no conozco. No soy muy amante de los animes. Otro capítulo de un anime. Hay una mujer que está casi desnuda, tiene unas tetas enormes y se comporta como una niña. Es como si quisiera seducir a todo el mundo. La sigo viendo. Todos los sonidos que hace, así sea una exclamación o un grito, suenan como si estuviera gimiendo. De verdad no entiendo por qué hacen los animes así.
Salgo de Facebook. Modo incógnito de Google. Pornhub.es, en su buscador “anime”. Hay un montón de dibujos sensuales. Abro uno que se ve interesante. Logro una erección, pero hasta ahí. No me causa ninguna excitación. Pongo en el buscador “Milf”. Suelto el teléfono. No puedo masturbarme, ni he comido. Me levanto y busco una canilla que me sobró de la tarde. Como y vuelvo a costarme. Simples acciones, las cosas se resumen en simples acciones. Quiero fumar. Odio pensar tanto, pero es peor cuando ni pienso; cuando hago las cosas automático. Mejor me pondré a escribir. Voy a la computadora. Leo el título una y otra vez. Nada. No se me ocurre nada. Agarro un libro de Kafka. Leo la primera página y lo suelto. Mejor me masturbo. Agarro el teléfono. Pongo un video de una rubia cuarentona. Tal vez podría basarme en partes de mi propia vida para escribir el relato. Por ejemplo, podría poner algunas de mis dudas existenciales como argumento para su suicidio. Cuando termine me pongo a escribir. ¡Desgraciada rata, ya ni miedo me tiene! Ahora está revisando la bolsa de pan que dejé en el suelo, y eso que está cerca de mí. Se metió dentro de la bolsa. Suelto el teléfono. Voy con cuidado y tapo la punta de la bolsa con mi mano. La rata empieza a retorcerse y brincar como loca. Muerde todo lo que quieras porque igual no te dejaré escapar. Con la otra mano le lanzo un golpe. Se quitó, le pegué al suelo. Le lanzo otro y ahora sí le doy.
La rata se quedó aturdida. Me levanto y le doy innumerables veces con el zapato. Ya no se mueve nada. La bolsa se rompió. Si la levanto por la cola puedo sacarla, y luego la lanzaré por la ventana. Empieza a moverse otra vez. ¿Es que acaso esta rata es inmortal? Tomo impulso y la pego duro contra el suelo. Me siento con adrenalina por haber atrapado a la rata. Veo que mi mano sangra. Ahora sí te mataré con ganas, rata miserable, ¿cómo te atreves a herirme? Agarro un palo que está en la sala y empiezo a pegarle a la rata, una y otra, y otra vez, con los ojos cerrados, y solo golpeando con furia el suelo. ¡Mierda!, se rompió el palo. Abro los ojos y veo que el piso está todo lleno de sangre y que la rata está despedazada. Respira, Richard, respira. Estoy cansado. Al fin maté a la maldita rata. Hoy sí dormiré con silencio. Al fin, sin ratas.
Voy a acostarme. Busco los audífonos y el teléfono. Apago la luz y a la cama. Continuaré viendo el video de la cuarentona. Ya no tengo ganas. Por lo menos ya no viviré con una rata. Duérmete de una vez. Respiro. Lento, más lento. Son las cuatro y media. Debo salir a las seis para llegar temprano a la universidad. Al final no escribí nada. Qué desgracia conmigo, de verdad. ¿Hasta cuándo seré así? Es que si yo hiciera todo lo que digo que haré, las cosas serían muy distintas. Aunque imagino que yo no soy el único que ha pasado por esto, quizá son solo etapas de los escritores, qué sé yo. Algún día saldré de este hueco. Calma. Mañana sí escribiré el relato sobre la persona que se suicida. Pongo la alarma a las cinco y media. Relájate, Richard. Uno dos tres cuatro cinco… a b c d. a d c d a… un dos tres cuatro cinco. Respira. Imagino algo, no distingo qué es.
Estoy en una habitación oscura. Camino tanteando las paredes buscando algún interruptor de luz. ¡Lo encontré! Enciendo la luz y veo que todas las paredes y el piso están llenos de ratas. Todas me miran, caminan hacia mí con sigilo. Busco alguna salida. No la hay. El techo también está lleno de ratas. Me pregunto cómo es que pueden sostenerse. Detrás de mí, recostado en la pared, hay un palo. Lo agarro. Doy palazos innumerables a las ratas. Ellas no se desesperan. Siguen caminando con sigilo. El piso está lleno de sangre, he matado como a cien ratas, pero las de atrás siguen acercándose, caminando sobre la sangre de sus hermanas. Siento una picada en el tobillo. Lanzo una patada y una rata sale volando. Sus velocidades cambian y cada vez vienen hacia mí con más rapidez: y sus ojos ya no son negros, ahora son rojos. Las del techo me brincan encima, las de las paredes igual, las del piso empiezan a escalar mis piernas. Tengo ratas sobre los ojos, no me dejan ver ¡Ayuda!, ¡ayuda, por favor!, ¡me están matando, unas ratas me están matando!, ¡ayuda por favor! Grito, corro, me golpeo contra la pared. ¡No, me duele, me duele mucho! Son infinitas mordeduras por todo el cuerpo, como calambres eléctricos. Caigo al suelo, me retuerzo. Una música empieza a sonar. Las ratas no paran, siguen y siguen y yo… lloro, ¡Por favor, perdónenme, yo no la quería matar!
A
¡Al fin despierto! ¡Gracias, alarma! Estoy todo sudado, acelerado, la sábana está mojada. Mi corazón late con rapidez. Busco agua. Todavía no amanece. No tengo más cigarros, quiero fumar. Mejor ve a darte un baño de agua fría. Veo el amanecer. Ya son las seis y media. Debo apurarme para ir a la universidad. Qué sueño tan raro. ¿Qué podrá significar? Debería escribir algo sobre eso. Seguramente será algo interesante. Puede que hasta tenga futuro con un cuento así. Busco mi ropa. Abro en la computadora un documento de Word, le pongo de título: “Idea para un cuento 40”. Escribo: Será la historia de alguien que está encerrado con unas ratas. Las ratas intentarán comérselo y él peleará en contra de ellas. Posiblemente el cuarto sí tenga un escape, debo pensar en si se lo pongo o no. Hacerlo de una forma que las ratas parezcan simbólicas. Algo así que cuando el personaje deje de pensar en las ratas ya no las vea. No sé. No puede ser algo tan superficial. Todavía no sé cómo terminará.
Agarro mi bolso y salgo. Este cuento se ve interesante. Es posible que cuando lo termine sea el mejor de los que habré escrito. Más tarde cuando llegue lo escribiré. O quizá pueda hacerlo en la universidad. Sí, lo comenzaré allá, cuando llegue. Este sí lo voy a terminar. Tengo hambre, ojalá den comida hoy en el comedor, no tengo nada de dinero. Cuando escriba este cuento podré ganar algún concurso con él, de verdad. Ya no es sorpresa, otra vez el metro está lleno de gente. Ya estoy cansado de no terminar las cosas, este cuento sí lo terminaré. Por lo menos llegué a tiempo para el transporte universitario. Wow, esa chica que se montó es muy bonita, y tiene el cabello azul. Qué raro, es la primera vez que la veo. ¿Será nueva? Debería hablarle. Sí, lo haré apenas lleguemos. Es curioso, nunca he escrito algo romántico, entre dos jóvenes. Si le hablo podría surgir algo interesante. Incluso hasta una historia digna de un relato. Sí, debería escribir alguna historia de romance. Podría tratar de, no sé… la historia romántica que ella y yo podríamos tener. La sigo pensando después de hablarle. Saco el cuaderno de mi bolso, busco una página vacía y escribo: Idea para un cuento 41…